La Confianza es una palabra que posee muchos significados, y que se utiliza con diferentes intenciones según el ámbito, las circunstancias y las creencias de las personas.
Para Patrick Leoncini, en su libro “Las cinco disfunciones”, el primer pilar es la Confianza, basada en la competencia, sinceridad, confiabilidad e interés común.
En Coaching además definimos la confianza con más atributos como integridad, mirada apreciativa (mirada al corazón), aceptación del otro para sumar talento, humildad…
La confianza está ligada al compromiso, al respeto y a la confidencialidad, porque además de tenerla hay que demostrarla actuando en consecuencia.
Muchas veces decimos tener confianza en alguien y nos descubrimos imponiéndole nuestros modelos mentales y cómo vemos nosotros la realidad, le exigimos cómo esperamos que se comporte y controlamos en todo momento sus movimientos. La confianza no se impone, decidimos si la damos o no.
También en ocasiones decimos que los demás deben ganar nuestra confianza, o que la han perdido por sus actos o palabras. Desde luego la confianza se debe construir con bases sólidas, pero en este aspecto creo que debemos hacer una distinción entre la Confianza y la Evidencia: si necesitamos tener seguridad y control absolutos sobre lo que van a hacer los demás, no estamos confiando.
Por llevarlo al extremo, si compramos un décimo de lotería podemos confiar en que nos toque algún premio, pero si hemos comprado todos los billetes ya no tenemos que confiar en que nos toque, pues ya tenemos la seguridad absoluta.
La confianza es dejar en manos del otro, en mayor o menor medida, el control de la situación. Delegar el control no conlleva delegar la responsabilidad, y la decisión de confiar en una persona o equipo es una responsabilidad que asume quien lo realiza.
Confiar requiere esperar en los demás con la humildad de que tenemos mucho que aprender. Es necesaria la escucha activa, con el corazón abierto y la mente despejada.
Incluso en ocasiones donde sabemos que alguien tiene toda la capacidad, deseo y recursos para lograr algo, nos cuesta confiar porque dejamos en sus manos el cómo y cuándo. Cuántas veces digo tener fe en Dios y me sorprendo queriendo tener pruebas de que puedo confiar en Él.
La confianza siempre es un acto de fe, porque no tienes certeza de lo que el otro va a hacer con ella.
No siempre es recomendable tener confianza en todo y en todos, por supuesto, es una elección nuestra que tomaremos en base a muchas variables, como un análisis de situación y de hechos, también por valores, intuición, necesidad, afinidad… y variará a lo largo de nuestra vida.
Mi intención es sólo discernir cuándo podemos hablar con autenticidad de confianza y cuándo no, para analizarlo en los comportamientos que tenemos en las organizaciones, y mejorar las relaciones interpersonales.
En ocasiones vemos que las empresas destacan la confianza que tienen en los empleados y a la vez llevan un control exhaustivo y les cuesta delegar. El mensaje que llega a los empleados puede ser, cuanto menos difuso, y en ocasiones originar frustración.
No podemos eludir que la confianza requiere siempre un riesgo y exponerse con vulnerabilidad, dos aspectos de los que huimos en las empresas, por eso debe ser una decisión consciente y madura en la que asumamos sin miedo lo que podemos perder y nos convenza todo lo que podemos ganar.
La confianza llega más lejos que la mera consecución de resultados, porque nos une como personas con vínculos internos de agradecimiento, que impulsan la motivación y el crecimiento personal.
Cuando damos confianza a alguien le estamos trasmitiendo nuestra creencia en sus capacidades para llevarlo a cabo, lo empoderamos al demostrarle que ponemos en sus manos algo valioso para nosotros. De ahí la importancia de trasmitirla con una buena comunicación, respaldada con un buen Feedback.
La confianza crea fuertes lazos en los equipos, y junto al compromiso los orienta a un propósito común.
Por eso es tan importante ofrecer confianza, pero más valioso aún mantenernos como personas confiables. Según Rafael Echeverría “La confianza es un juicio que se ve comprometido en todos y cada uno de los actos lingüísticos que realizamos”. La raíz de la confianza, el origen de nuestro comportamiento en la veracidad y el cumplimiento de los compromisos está en el respeto a los demás (según Echeverría) o en el amor (según Huberto Maturana).
En resumen, la confianza es un acto de fe, amor y entrega.
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